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Esta es la historia del Jesús de Santo Tomás, Atlántico

Lleva más de 20 años interpretando a Jesús. Muchos lo tratan como un santo.

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Jesús de Nazareth vive en la Calle de la Ciénaga, en Santo Tomás, por donde desfilan los penitentes todos los años. Es tan alto que debe agacharse para entrar a su casa y su estatura no le permite pasar desapercibido.

En las calles, cuando lo ven,las señoras se persignan con respeto y devoción, como si en verdad estuvieran delante del mismísimo hijo de Dios, como si fuera una aparición divina. Él solo sonríe. Ha tenido que convivir con esto desde hace 26 años, cuando decidió aceptar el papel del Nazareno en la obra de teatro de la Casa de la Cultura, de la Alcaldía de su pueblo.

Antonio Muñoz tiene 50 años y es técnico electrónico | Foto: Luis Felipe de la Hoz

Antes de aquella primera experiencia actoral era conocido simplemente como Antonio Muñoz Fruto, o ‘el Mono’, técnico electrónico capaz de arreglar cualquier televisor por muy dañado que estuviera.

“Cuando voy caminando por el pueblo escucho los murmullos: ‘Ahí va Jesucristo, míralo’. Yo eso lo veo normal. Yo no me creo Jesús ni tampoco poso de redentor, más bien me llena de satisfacción que la gente me siga diciendo así solo por la obra de teatro, que se hace una sola vez al año”, dice Antonio, de 50 años y 1.90 de estatura.

Habla de la puesta en escena Pasión y muerte de Jesús, dirigida por Julio Lara, y que se lleva a cabo en la plaza principal de Santo Tomás todos los Viernes Santo, sin falta, entre las 9 a.m. y las 12 m, al aire libre y sin costo alguno.

El papel estelar de la obra —nada más y nada menos que el de Jesús de Nazareth—lo ganó en una convocatoria por sus aptitudes histriónicas innatas, porque aunque después hizo talleres de actuación, su talento se forjó cuando era un niño.

Para el papel de Jesús, Antonio se pone peluca y barba postiza | Foto: Luis Felipe de la Hoz


“Recuerdo que iba mucho al Teatro Atlántico y en Semana Santa quedaba impactado con la actuación del español Enrique Rambal en la película El Mártir del Calvario. Eso hizo que en el colegio participara siempre en las obras de teatro. Después entré al Grupo Apostólico de la Parroquia, y cuando decidieron sacar la puesta en escena no dudé en presentarme. Me escogieron, pero pasó algo curioso: el primer año no pude actuar porque días antes me incapacitaron por un neumotórax, me reemplazó un primo”, cuenta.

Nombres bíblicos

La familia de Antonio, como su papel en la obra, parece extraída de la Biblia,por sus nombres. Su segundo nombre es María y es hijo de Rafael Ángel Muñoz Pérez (q.e.p.d) y Ángela Fruto Muñoz; sus hermanos son Rafael Ángel (q.e.p.d), Ángela del Socorro y Jairo Rafael.

Antonio junto a su esposa y su hijo, Ángel de Jesús |Foto: Luis Felipe de la Hoz

Se casó con una prima, Bautista (como Juan) Isabel Muñoz Manotas, con quien tiene dos hijos: Ángel de Jesús, el mayor, quien tiene 19 años; y Jesús David (como el hijo de Dios y el rey de Israel), el menor.

“Es casualidad. A mi primer hijo le puse el nombre cuando ya había nacido y faltaban unos días para su primer control con el pediatra. Una noche se me ocurrió y así lo bautizamos. Con el segundo paso casi igual, pero él sí alcanzó a llegar a la clínica sin nombre. Entonces allá una enfermera, al momento de llenar la historia clínica, nos dijo: pónganle Jesús David. Nos gustó y así quedó”, recuerda

Ambos heredaron la vena artística de su padre. Ángel estudia Licenciatura en Música, y Jesús David, aunque este año apenas se va a graduar de bachiller, le sigue los pasos y hasta ha actuado con Antonio en la obra.

“Durante tres años representé a un joven poseído por el demonio. El año pasado y este hice de Judas Iscariote. Me tocó vender a mi papá”, dice entre risas el benjamín de la familia.

El Jesús de la obra, que se hace bajo un sol tan sofocante como el del desierto, se mete tanto en el papel que las personas cierran los ojos cada vez que el soldado le da un azote. Sus gritos de dolor son reales y su cara tan sufrida como la de las estampitas o las películas. La sangre es simulada con jugo de remolacha. Cuando le ponen la corona de espinas, una señora aprieta el puño, como si quisiera partir el rosario que tiene en sus manos.

La escena más impactante es la de los azotes. Los espectadores se asombran con su rostro de sufrimiento | Foto Luis Felipe de la Hoz

“Yo me meto en el cuento, dejo a un lado mi personalidad, mi forma de ser, para encarnar este papel, que es de mucha importancia. Siento muchas cosas y las transmito, quizá por eso he visto a gente llorar cuando me están golpeando y crucificando”, afirma a la vez que explica que esto también se debe a los ensayos que hacen en la Cuaresma, hasta cuatro por semana.

En la crucifixión no se deja amarrar a la cruz, para evitar accidentes o caídas | Foto: Luis Felipe de la Hoz


Cuando lo suben a la cruz, Antonio siente manos que le soban los pies. No puede abrir los ojos para ver qué pasa, pero luego le cuentan que son abuelas, que además tocan la túnica y se persignan, pidiendo milagros.

Al término de todo, también llegan madres con niños en brazo para que él, como hizo el Jesús de la Biblia con el ciego y el leproso, los sane de alguna dolencia. “Yo no me puedo negar, solo los toco y digo: Jesús, hijo de Dios, bendice a este niño. Amén”, dice Antonio Una vez —cuenta— unas señoras corretearon a los soldados que lo azotaron en la obra. Estas anécdotas quedarán en su mente porque el pasado Viernes Santo, con la crucifixión de Jesús en la plaza, murió su papel y no resucitará. “Me llegó la hora del retiro”, cuenta. Pero está tranquilo, pues uno de sus discípulos, su sobrino Raúl David, seguirá su legado.

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