Historias

CRÓNICA | Así fue el último sancocho del Tremendo Guandú

El popular restaurante, que se hizo célebre por ser uno de los sitios más frecuentados por figuras del deporte y la música, cierra sus puertas después de 37 años de existencia.

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El olor de un caldo recargado se escapó por las ventanas abiertas del Tremendo Guandú en la mañana del jueves. Costillas de res, muslos de pollo y carnes saladas, los últimos del inventario, navegaban en el líquido hirviente entre cortes oblongos de plátano y ñame.

Entre las mesas recogidas yace una en medio del cuarto principal en donde se sienta entre cuentas de cobro y cajas de cartón, Isnardo Pinilla, dueño y creador del negocio desde hace 55 años.

Es definitiva su palabra, el local en la carrera 43 con calle 74, que lleva funcionando desde 1982 como una de las sedes de la gastronomía y el folclor barranquillero, cerró sus puertas.

Adentro de sus paredes, se prepara la última sopa con lo que sobra en la cocina, para que los pocos empleados que quedan, disfruten del final de un ciclo.

“La persona que menos tiempo lleva trabajando aquí lleva 12 años”, explica Isnardo, a quien le dicen "Pini" de cariño.

El tradicional sabor nació un martes de Carnaval hace 55 años en el barrio Cevillar. En aquella fecha siempre se organizaba una verbena entre los vecinos que comenzaba a las 4 p.m. entre tragos de Ron 17 con chicha de corozo. Benny Moré repicaba desde el equipo de sonido de la familia Acosta.

Ese día en 1962, Isnardo vino preparado: “Compré desde temprano las cosas del sancocho en el mercado. Cogí dos latas de aceite Z de ollas y un carpintero que vivía en la cuadra me regaló dos tablas. Cuando mis amigos llegaron ya yo iba adelantado”. En ese tiempo se acostumbraba a ponerle nombre a las fiestas, uno de los vecinos del barrio Cevillar preguntó cuál era el de esta. “Tremendo guandú el que nos vamos a mamar”, respondió aquel día "Pini".

El dueño del restaurante menciona a Fabio Poveda como una de las figuras que lo ayudaron a que el lugar adquiriera la dimensión que alcanzó. “Un día, cuando no era tan gordo, lo invité a almorzar y no le cobré. Al siguiente día me hizo una propaganda en la radio que don Habib y Fuad Char le mamaban gallo y le decían que parecía que fuera dueño del Tremendo Guandú”, recuerda. Desde aquel entonces guarda gratos recuerdos del periodista e incluso aún mantiene una relación estrecha con su familia y especialmente con su hijo.

Un merecido descanso

55 años después, cuenta que añora unas vacaciones. No todo en la vida es dinero; inicialmente voy a descansar un mes, pero ya mis 73 años, pienso replantear el negocio”.

El restaurante, que fue declarado Patrimonio Gastronómco de la Ciudad y merecedor de la medalla Barrancas de San Nicolás, cierra esta locación porque se ha vuelto “muy incomoda para el parqueo, hay camiones y buses de Berlinas a toda hora”, agrega el señor Pinilla. Además, la antigüedad de la casa presenta sus propios problemas, “un día se hace una gotera, al otro se daña una tubería, y después sale otra cosa. Mejor dicho, me toca tener un albañil de planta”, dice jocosamente el dueño.

Planea la reapertura en un tiempo que puede ser de "uno o dos meses, ya tengo una reunión la otra semana con un grupo de personas que quieren comprar la franquicia", pero manejando un perfil de relaciones públicas.

Sus trabajadores

José Ariza Maza revuelve el sancocho como lo ha hecho por el transcurso de 34 años, desde su pubertad trabaja en este lugar y la casa, carro, esposa y tres hijos que hoy tiene es gracias a una vida laborando en el negocio de los almuerzos. Isnardo lo reconoce como su hermano.

Su forma de ser contratado fue peculiar. Su tía trabajaba en el Tremedo Guandú y tenía tantas ganas de trabajar con ella que por 3 meses se sentó en la puerta del local. Un día no vino el parrillero y lo dejaron entrar; tenía 16 años. Vivió por 14 años en el local, hasta que se casó. Mientras revuelve el sancocho se seca las lagrimas que se le cuelan.

De todos los invitados que se pasearon por el restaurante, recuerda especialmente al Pibe Valderrama. “Siempre que venía me buscaba. Me puso el sobrenombre de Chonto Herrera porque me parecía”, evoca Ariza.

Oswaldo Centeno descuelga las más de 1.000 fotos y cuadros que adornaban las paredes del local con su historia. Recuerda aquel mayo del 2011 cuando fue el último en servirle al Joe Arroyo una comida en el restaurante. También aquel día en el que la “biblia del béisbol”, como llaman a Édgar Rentería llegó a comer al local luego de haberle dado el hit de la victoria a los Marlins en la Serie Mundial del 97.

Entre los pocos que quedan recogen el final de una tradición.

“Uno nació para luchar pero ya tampoco para acabarse y morirse sin disfrutar la vida”, concluye Isnardo Pinilla, quien con cerveza en mano, ya empezó sus vacaciones.