Historias

CRÓNICA | El día que me atracaron en un bus de Barranquilla

Barranquilla sufre una oleada de robos.

Compartir en:
Por:

La única forma de saber cómo vamos a reaccionar en un atraco es que nos pase. Por más que escuchemos anécdotas, sugerencias, advertencias y nos“preparemos” para este tipo de situaciones nunca será suficiente.

La primera vez que me atracaron tenía unos 15 años, estaba sentada con una amiga en la puerta de mi casa y llegó un hombre con un revolver – no sé si era de verdad o mentira- nos encañonó, nos pidió silencio y que le diéramos todo lo que teníamos.

Mi reacción nunca la hubiese imaginado, a pesar de las miles de advertencia de mi mamá de que en un momento así debía actuar serena y darlo todo. Pero no, hice todo lo contrario. Luego de entregarle el celular al ladrón, le pegué y comencé a gritar hasta alborotar toda la cuadra. Siete años después, no sé si el ladrón se asustó por mis gritos o el arma no estaba cargada, pero lo único que pasó fue que se llevaran el celular que me habían regalado por mi cumpleaños.

Luego de eso, me quedó la lección de no sentarme nunca más debajo de los palos de mango con el celular. Cosa que cumplí hasta ahora, pero esa experiencia me dejó traumatizada y por mi reacción no hacía más que imaginarme cómo sería si me atracaran en un bus. Cada vez que tomaba uno, ideaba mentalmente un plan para saber qué podía hacer, por donde huir, que agarrar o dónde esconder mis pertenencias.

A pesar de que todos los días monto noticias sobre la inseguridad en Barranquilla como no me había pasado nada, tenía la costumbre de ir escuchando música cuando cogía el bus, solo tenía la prevención de guardarlo cuando me bajaba.

Pero recuerdo tanto que el pasado 28 de julio, mientras esperaba el bus para venir a trabajar a este diario, que en mi mente rondaba la misma paranoia, ese día me guardé el celular en otro lado, me monté al bus insegura, pero a la vez afanada porque se me habían pasado tres y ya estaba con el tiempo contado, miré a todos en el bus y me senté en el tercer puesto. Delante de mí solo estaba un señor, las demás personas estaban en los asientos traseros. Ese día no saqué el celular, estaba antojada de seguir leyendo un libro, cuyo autor había entrevistado esa misma semana.

Cuando llevaba unos 8 minutos de recorridos, quise escuchar música e iba a sacar los audífonos, pero mi presentimiento de que algo estaba raro no me dejó. Cuando llevaba unos 10 minutos de recorrido se montaron dos hombres: un joven como de unos 25 que pagó su pasaje y se fue al último puesto y otro, quien no pagó y en vez de eso, abrió su bolso y comenzó a decirle al conductor:“No está pasando nada, sigue, sigue o te lo pego, hago parte de una banda delincuencial, me dan los celulares y las carteras o disparo”, gritó desesperadamente el hombre mientras sacaba el revólver.

Yo no entendía lo que pasaba, pensé que era un vendedor más de los miles que se montan a diario en el transporte público, pero me dije “no, ellos no venden armas”. Supongo que en ese momento comenzó la adrenalina a hacer de las suyas. El hombre con una voz agitada y las manos temblorosa seguía gritando “denme todo, si no disparo”. Pasó puesto por puesto. Yo seguía leyendo el libro y solo miraba por la ventana. Pero en esos cuatro minutos, que se me hicieron como si fueran 1 hora, alcancé a pensar de todo: “Ay, yo mejor sigo mirando a la ventana”. “Yo me quiero graduar” “el celular lo trabajé yo no él”.” Ahora sí, pue’ me va tocar pagarle el libro a mi amiga”. “Ay señora dele ese celular” y otras cosas que del mismo nervio no me acuerdo.

El hombre siguió quitando cosas, pero como la situación está tan grave ya no había más nada que entregarle. Sin embargo, yo seguía leyendo y cuando hizo su último esfuerzo miró hacía mi puesto y decía que le diera lo que tuviera le di el libro y no lo aceptó. Después de estos angustiosos minutos una señora le gritaba “Mijito, por favor, bájate, ahí viene la Policía”. El hombre se bajó y se montó en otro bus.

Cuando pasó todo este horrible momento, los pasajeros comenzaron a contar qué les habrían quitado. En total la pérdida no fue mucha: unos celulares dañados y una billetera sin plata. Cuando el hombre se bajó me sentí desubicada, casi que no entendía que pasaba y sobre todo por qué no me quitaron nada. Al bajarme del bus e ir al trabajo casi que no me podía mantener de pie, con lágrimas y un nudo en la garganta.

De todo esto me quedaron varias lecciones: no estamos exentos de un atraco, un libro siempre será mejor distractor que un celular y puede salvar vidas y que hay que ser muy prudentes, porque la única forma de saber cómo vamos a reaccionar en un atraco es que nos pase.

Tal vez la percepción de inseguridad y las muchas historias de robo están relacionadas porque cada vez más hay acceso a elementos electrónicos que fácilmente le hacen la vida a un delincuente. Antes nos quitaban las argollas de oro de la primera comunión, ahora nos pueden quitar el celular por el que tanto hemos trabajado.