Historias

ESPECIAL | Incluso comer se volvió un lujo en Manatí, Atlántico

Diariamente arriba más gente a Manatí y es difícil sacar una cifra exacta de la población.

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Manatí está lejos de ser lo que alguna vez fue. Hoy el pueblo de campos cultivados, lagunas productivas, ganadería próspera, no es más que una tierra a la que le ha costado levantarse tras la inundación del sur del Atlántico (2010); para colmo de males se hace pequeña con el retorno de las personas que vuelven con las manos vacías después de buscar mejor vida en Venezuela.

Desde su fundación en 1680, Manatí atraviesa por la peor época de su historia, aseguran sus habitantes.

El horizonte manatiero comenzó a oscurecerse aquel 30 de noviembre de 2010, cuando el Canal del Dique tuvo una ruptura de 214 metros, por donde entró el agua del Río Magdalena para cubrir la mayor parte de los 206 kilómetros cuadrados que comprende este territorio.

Posterior a la tragedia que azotó al municipio, como a todos en el sur del Departamento, la economía se vino a pique.

La pesca dejó de ser una opción, la agricultura quedó descartada y lo mismo sucedió con la ganadería. Bajo estas circunstancias, con miles de damnificados, apareció el éxodo a ciudades cercanas, e incluso a países vecinos. Entre estos Venezuela era la mejor opción.

“Volví en 2010, porque en Venezuela las cosas comenzaban a pintar mal, tanto que era mejor quedarse acá incluso con las consecuencias de la inundación”, añadió Apolinar.

Y de cierta forma Ortiz tenía razón, en suelo venezolano el panorama continuó empeorando y los manatieros debieron regresar a su tierra de origen.

CONSECUENCIAS DEL RETORNO

“Acá la cosa estaba maluca y ahora con esta gente viniendo de afuera está peor”, expresó Ender Ortiz, de 28 años, mototaxista de oficio.

“Los venezolanos vienen y se ponen a trabajar con las motos. No hay carreras pa’ tanta gente, al mediodía es normal llevar $1000 pesos de ganancia”, añadió Ender. “En el pueblo nos estamos acostumbrando a pasar hambre, si desayunamos no almorzamos, y si almorzamos no comemos”.

La alcaldesa, Kelly Paternina San Juan, estima que cerca de mil familias han retornado a Manatí. “El último censo fue hace un año: 1.538 personas (600 núcleos familiares), esa cifra se ha duplicado. Es complicado actualizar los datos, porque diariamente arriba más gente”. Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane), Manatí tenía 16 mil habitantes hasta el censo de 2015, se cree que esa cifra ha podido aumentar en el 18% aproximadamente.

La sobrepoblación se hace evidente en Manatí con solo caminar sus calles. En la plaza constantemente hay hombres sentados, desocupados, en los frentes de las casas abundan multitudes que se acostumbran a ver caer el día.

La escolaridad figura como otro medidor de la sobrepoblación. En el colegio San Luis Beltrán, el más grande los tres que funcionan en el pueblo, las matriculas continúan abiertas y a la fecha van 1.850 niños inscritos, 350 más que en 2016.

“Tenemos varios salones con más de 50 estudiantes, cuando lo normal son 33 por aula. La enseñanza se dificulta en estas condiciones”, precisó Edgar Mercado Mendoza, rector.

La inseguridad es otro factor negativo que se ha disparado en este municipio. “No podemos decir que sea por culpa de los venezolanos, pero es verdad que de un tiempo para acá han ocurrido asaltos a mano armada que antes no se veían, pero incluso podrían ser perpetrados por personas que se aprovechan de todo esto”, apuntó la Alcaldesa.

Alberto García Morle, venezolano de nacimiento, llegó hace un par de días a Manatí, arribó con una manatiera, Génesis Fontalvo, a quien conoció en su país en el 2012, cuando la mujer dejó Colombia en procura de prosperidad.

Alberto y Génesis tienen dos hijos, uno de 2 años y otro de 3 meses, viven junto a otras 18 personas en una casa del barrio Los Patos.

García sostiene que se ha sentido señalado por su nacionalidad, queriendo vincularlo a las cosas malas que suceden en el pueblo. “La gente debe saber que uno viene a trabajar honradamente”, indicó el hombre de 42 años.

“Pero es que acá no hay trabajo ni para los venezolanos, ni colombo-venezolanos, ni manatieros”, señaló Simón Guerrero Caicedo, de 46 años.

Guerrero llegó a Caracas cuando tenía 22 años, “en plena bonanza venezolana, pero todo se complicó y me tocó volver”. En el país vecino dejó a su esposa e hijo “a la espera que reúna dinero para traerlos”. Simón se rebusca vendiendo rifas “porque no hay pa’ más nada”.

PLAN DE CONTINGENCIA MUNICIPAL

La alcaldesa Kelly Paternina aseguró que esta semana realizarán un censo para establecer quiénes son retornados y resolver su situación en el país.

“Los retornados deben demostrar con documentos, fotos o similares, que estuvieron en Venezuela”, apuntó la mandataria.

Trascendió que desde la Alcaldía están trabajando de la mano con el Ministerio de Vivienda para la entrega de 450 viviendas a personas en condición de retornados.