Historias

Habló Rodrigo, el único testigo del trágico accidente de Martín Elías

Ese día estaba disfrutando de la primera totuma con tinto y se aprestaba con su familia a organizar.

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A unos 15 metros del trágico suce­so que entristeció al folclor valle­nato aparece una humilde casita campestre marcada por el ince­sante fluido de humo que la leña de la cocina emana. Ahí vive el único testigo de aquel nefasto 14 de abril del 2017, cuando perdió la vida el cantante vallenato Martín Elías. Ese día estaba disfrutando de la primera totuma con tinto y se aprestaba con su familia a or­ganizar, según la costumbre, el almuer­zo del Viernes Santo.

Rodrigo Contreras, cabeza de la fami­lia, refiere que “me encontraba junto a dos de mis hijos sentado en la terraza. El día despuntaba, cuando de pronto ví un carro blanco acercarse, luego vein­te metros antes de llegar al frente de mi casa el tiempo pareció detenerse y su­cedió una escena de segundos, pero que parecieron horas; escenas que marcan, que uno ni se imagina que puede vivir”.

De un solo tajo pretende detener el tiempo, pero la velocidad del pensa­miento no se lo permite y un poco cal­mado relata que todos los días de Dios se sienta en el mismo lugar en que la tragedia lo escogió como primer es­pectador.

“Me veo con las manos sosteniendo mi cabeza, abriendo lo que más puedo mis ojos, para lograr entender la visión y vuelvo a ver el vehículo cuando tropie­za en el escollo, las llantas estallan y pe­gadas a los rines hacen una carrera in­ternándose en los potreros a lado y lado de la vía. Increíblemente el carro se le­vanta justo en el campano, a más de cin­co metros del suelo y una de sus ramas fue tronchada por el impacto del vehícu­lo. A los 25 metros del primer impacto tocó suelo de forma violenta”, explica.

No para de relatar esa película sinies­tra que quedó estampada en su mente de por vida. “Al caer, sale disparado a unos cinco metros del carro un joven que al llegar hasta allá se quejaba mu­cho, pedía auxilio y que le dieran agua. Los otros ocupantes estaban también heridos por el impacto”.

Al lado de la vía, el punto de referen­cia donde cayó el cantante, está un joven árbol de mango, también como parte de las incongruencias de esa superficie vial, están los profundos arañazos en el asfal­to, testimonio de aquellos segundos ca­tastróficos.

“Salí corriendo con el ánimo de ayudar; decir en ese momento que sabía de quién se trataba, sería mentir. Cinco minutos después apareció Rolando Ochoa y fue quien identificó a los accidentados; todo fue un caos a partir de ese momento, la carretera se fue llenando de curiosos y el embotellamiento de vehículos empezó a crecer”, dijo Rodrigo Contreras.

Hace un pequeño receso en su fluido diálogo y expresa que siempre ha sido fanático de Diomedes Díaz, y al saber que el accidentado era su hijo, le causó una tristeza profunda. “Ahora soy Mar­tinista”, dice.

LA CAMISETA DE MARTÍN ELÍAS

Desde ese día, Rodrigo Contreras, todos los viernes desde la muerte de Martín Elías rinde tributo al joven can­tante poniéndose una camiseta amari­lla con su rostro estampado y una gorra marcada con la leyenda: “El gran Mar­tin Elías, el del millón de amigos”. Ade­más, una bandera amarilla permanece colgada en el árbol de campano donde Martin vivió momentos de angustia y dolor, donde también aparece un busto como tributo a su memoria puesto por la alcaldesa de San Onofre, Maida del Carmen Balseiro López.

Al sitio llegan cientos de personas a rezar, poner flores y la música del artis­ta, lo que hizo que el primer hecho, alterne sus labranzas con la ven­ta de agua y refrescos que tiene en unas cajas de icopor.

Después de entregar un pormenoriza­do relato se despidió con unas palabras que reventaron las columnas del sen­timiento y le provocaron lágrimas. “De verdad, me dolió conocer a El Gran Mar­tin Elías, en un escenario tan triste. Me hubiese gustado otra forma, por ejemplo en una tarima y yo abajo en temple bai­lando al compás de su canto”.

En ese momento hasta las letras hu­yen viéndolo llorar y luego con la inspi­ración acompañada de la mayor tristeza alargó sus conceptos: “Me consuela sa­ber que acudí a la última función que un ser humano puede tener en la tierra. Sabía que era grave su accidente y no iba a aguantar. Él se quedó en mi recuer­do eternamente con ese rostro de niño adolorido”.

En ese momento el sonido de la vie­ja grabadora detuvo sus palabras y sin pensarlo salió corriendo a alzarle el volumen. Comenzaba a sonar una canción de El Gran Martín Elías, donde anotan 10 precisas razones para amar y nun­ca olvidar:

Deseo que este amor bello perdure to­do el tiempo...

Que jamás se borre lo que siento,

y pienses en mí en todo momento.

Aquí se habló de