¿Qué Pasa?

ESPECIAL | Violaciones y desplazamientos: el estigma de los Lgtbi en los Montes de María

Integrantes de esta comunidad hablan de lo difícil que fue para ellos vivir en esa región durante el conflicto armado.

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Cargar con el ‘Inri’ de ser víctima de abuso sexual siendo transgénero es algo con lo que ha tenido que luchar Mayalín Márquez Restrepo. Dice que ya no lo considera una cruz porque ha sabido hacer catarsis en medio del recuerdo que le dejó la profanación física que le hizo un uniformado de la Policía.

Todavía le resulta inverosímil que, precisamente, la persona que se supone debía prestar seguridad terminó accediéndola cuando florecía su etapa de adolescente, hace 15 años en el Carmen de Bolívar (Bolívar), tiempo en el que el olor a sangre opacaba el aroma a campo por culpa del conflicto armado.

“No importa si fue brutal o no, el simple hecho de que tu no quieras algo y te obligan a hacerlo es grave”, sentenció.

Ella salió del anonimato de la peor manera porque a su cuerpo lo deshonraron. No se siente cómoda cuando se le pregunta por las circunstancias, hora y sitio exacto de la violación. Es más, prefiere que la conversación no sea grabada porque la intimida.

Esa intimidación no se compara con la que vivieron estas personas a principios del milenio cuando ser lesbiana, gay, bisexual o transexual era vivir bajo sospecha en medio del conflicto. Los paramilitares y la misma autoridad siempre los miraban como apuntando con un arma. Declararse abiertamente diverso era casi una sentencia de muerte.

Una mañana cuando abrió la puerta de la casa encontró un panfleto en el que leyó la orden de marcharse del pueblo. Todavía no sabe si la expulsaron por la orientación sexual o por los simples guiones de la guerra, lo cierto es que vivir fichada era un sacrificio inmenso que no estaba dispuesta a asumir.

“Me vi obligada a irme de El Carmen de Bolívar hacia Barranquilla porque si me quedaba en el pueblo me mataban”, contó la joven de 31 años.

Vivió una doble revictimización. Primero un miembro de la Fuerza Pública le quitó la hombría y luego los grupos al margen de la ley la expulsaron. Necesitó valor para reponerse y regresar hace algunos años a la tierra que la vio nacer, pero ahora con el pelo largo y suelto, la cara maquillada y accesorios que la hacen sentir bella y curada.

La ‘trans’ en un pueblo convertido en cárcel

Entre El Carmen y Chalán hay muchos kilómetros de distancia, pero además de compartir la subregión de los Montes de María estos pueblos tienen un renglón especial en el libro que reseña la violencia.

En medio de fotos y cifras está el crudo relato de la chica ‘trans’ Catalina Márquez, de 26 años. La inocencia de sus 11 años le fue arrebatada abruptamente en 2004 cuando un subversivo, al parecer de la entonces guerrilla de las Farc, la violó.

“No podíamos salir de la casa porque había orden de que a quien vieran en la calle a ciertas horas de la noche lo mataban. Vivíamos en constante amenaza. Esto no era un pueblo, era una cárcel”, rememoró sobre El Carmen.

¿Y qué se podía esperar de un pueblo en el que la guerrilla mató a 11 policías con un burro-bomba y asesinaron un cura?. Acorralar a la población Lgtbi era un acto más de las crudas acciones.

Dice no recordar claramente el acceso carnal. Lo que sí sabe es que su vida nunca más fue igual. Cuando creció y “se liberó” viajó constantemente a Cartagena por cuestiones laborales y para olvidar el sonido de las balas y el estigma al que fue condenada por ser diferente.

En su retorno, hace apenas algunos años, se dedicó a desarrollar el potencial de estilista. Junto a dos compañeras se gana la vida embelleciendo a los demás. Se han ganado el apodo de ‘muñecas’ aunque su vida no haya sido precisamente un juego de niñas.

Las heridas de bala convirtieron a Eliécer en un héroe de las víctimas Lgbti

La Ruta Montemariana, estrategia social que busca visibilizar a las víctimas Lgbti del conflicto armado en Bolívar y Sucre finaliza en Colosó, el pueblo fresco de casas de madera que perfectamente ubicadas conforman un pesebre real, ruta que se espera esté lista en agosto próximo, por ello, no se pueden entregar aún cifras de las víctimas. En una de ellas vive Eliécer Antonio Sierra, de 32 años. Se siente orgulloso de ser homosexual y activista social.

Actualmente considera como un símbolo las heridas que sufrió por un proyectil en el año 2000. La bala le afectó la cara y la región lumbal. Tiene dificultades para hablar, pero eso no es impedimento para hacerse sentir. Ser víctima lo impulsó a trabajar por la comunidad Lgbti con la ayuda de sicólogos. En 2001 se vio obligado a emigrar hacia Sincelejo por culpa de la guerrilla porque no estaba dispuesto a esconderse y reprimir su condición.

“Dejé mi casa por el intento de asesinato. Es muy duro tener que abandonar lo que tenemos, pero gracias a Dios sobreviví y hoy puedo trabajar por mi comunidad”, aseguró.

Lo hace de la mano de Luis Cuello García, representante de las víctimas Lgbti. La gran cruzada de dicha población es darse a conocer, que existen, aunque las trabas les hagan recordar las huellas del horror.

“Lo más difícil ha sido recibir los apoyos económicos porque no hay voluntad política. Pero las luchas se van dando poco a poco y nosotros nos hemos ganado el reconocimiento de esa manera, de a poco”, indicó el joven.

Es oriundo de El Roble. Sufrió desplazamiento en 2006 y desde entonces no ha sido reparado. Esa es otra de las luchas por la que a diario dan todo. La tardía reparación a la que tienen derecho por ser víctimas, pero que por falta de organización y buena orientación no han llegado a la cima del logro.

Lgbti, víctimas invisibilizadas

“En muchos escenarios no ha sido visibilizado el impacto negativo que tuvieron estas personas (Lgtbi) por el conflicto armado, especialmente en los Montes de María. Desafortunadamente, hicieron parte del conflicto sin ser reconocidos. Una paz sin el reconocimiento de la diversidad sexual no es paz”.

Habla Heriberto Mejía, delegado de la fundación Caribe Afirmativo, agremiación que busca proteger los derechos de los homosexuales. Para él, esa falta de reconocimiento se intenta borrar con estrategias como la Ruta Montemariana en la que intentan embarcar a la comunidad Lgbti, violentada y desplazada en una región como los Montes de María, llena de mártires que dieron su vida en una violencia absurda.

Ante esto, con el apoyo de Sucre Diversa, están recogiendo los relatos de las víctimas en el Caribe con el fin de armar un gran documento que presentarán ante la Jurisdicción Especial de la Paz (JEP). Con ello no solo buscan la reparación colectiva sino un amplio reconocimiento social para cerrar las brechas de discriminación.

En esa búsqueda han encontrado de todo. Relatos tristes van y vienen, pero Juan Carlos Salas, director de la fundación Sucre Diversa, dice que se trata de una gran oportunidad para cambiar el dolor por algo positivo.

“Es doloroso porque nos hemos encontrado con casos muy tristes. Casos de hombres y mujeres violados desde niños y que después se enteraron que eran homosexuales y fueron abusados otra vez. En eso también intervenía el no respaldo del pueblo, cosa que hacía los casos más duros”, explicó el activista.

Para ellos, esa parecía ser una condena. Hoy en día ven que por lo que les tocó mal vivir la premisa debe ser una eterna resistencia.

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