¿Qué Pasa?

Historias con sabor a dulce

Durante esta temporada una hacedora, un equipo de mujeres y un comunicador afro se dedican a endulzar el paladar de la gente manteniendo viva la ‘santa’ tradición.

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En diferentes esquinas de Barranquilla hay recipientes llenos de sabor. Aromas, texturas y colores invitan a probar esas delicias que saben a Caribe.

“Dulces, cocadas, alegrías”, cantaba una mujer que con su palangana repleta de productos invitaba a los transeúntes a que se acercaran al Parque Suri Salcedo.

Con un palito de paleta raspó una vasija y extrajo un poco de dulce de tamarindo, todo un elixir para que la mente se concentre en algo diferente al sol del mediodía. Una cliente que era atendida en el puesto recibió la prueba y cerró los ojos mientras lo saboreaba.

Terminada su degustación sacó de su bolso un billete y compró un vaso mediano del que empezó a comer en pequeñas raciones mientras se alejaba. La negra le regaló una amplia sonrisa.

Como en el parque Suri Salcedo la historia se repitió en el Gran Malecón del Río, donde un grupo de mujeres invitaban a probar el fruto de su trabajo. En ‘chazas’, locales y hasta a domicilio se encuentran los dulces de mango, papaya, piña, corozo, leche, arequipe, ciruela, tamarindo, ñame, papa o guandú,una amalgama de opciones para todos los gustos que le permitirán disfrutar y endulzar estos días santos si pasa por ese sector turístico de la ciudad.

El toque secreto de una matrona dulcera

Maribel Valdez tiene más de 30 años haciendo dulces. Dice que el truco que le da ese sabor auténtico y concentrado a sus preparaciones es que nadie ajeno a ella le meta mano a la olla o palangana.

“Después se zapotea” (término con el que define la falta de sazón). Vive en el barrio Nueva Colombia y es de ascendencia palenquera. Allí aprendió a hacer dulces como parte de una tradición familiar que va de generación en generación. Sus hermanas, primas y otras matronas de la familia también son “dulceras”.

Maribel dice que sus dulces “tienen un toque especial”. “El secreto está en que quede bien cocido”, afirma mientras revuelve uno de los recipientes que contiene la mezcla viscosa de color rojizo: el dulce de corozo.

“Aprendí a hacer dulces a los 16 años de edad. En medio de una feria gastronómica que hicieron en la ciudad yo llevé mis dulces. En esa feria participaban mi madre y mi abuela así que me puse lejos para no competir con ellas en las ventas. Ese día vendí todo lo que tenía y puse en práctica lo que ellas me enseñaron”, recordó. Maribel se gana al día de 40 a 60 mil pesos. Tiene días muy buenos en los que ha vendido cerca de cien mil y algunos no tan buenos en los que se ha llevado 35 mil pesos. “El problema es que a diario debo traer y llevarme en taxi los dulces por eso tengo que asegurar que las ventas me den”, dijo.

Para Maribel hacer dulces es como hacer magia. “Los ingredientes se transforman en un producto que sabe a cielo”.

Sabrosura frente al río Magdalena

“Esta tradición la llevo en mis entrañas”, expresó Jessica Herrera mientras le ofrecía a un cliente un vaso de dulce de guandú. Coco con piña, leche con coco, papaya con mango, son algunos de los sabores más exóticos disponibles en el puesto de dulces que comanda esta mujer de 38 años en el Gran Malecón del Río.

Para Jessica es muy importante rescatar e incentivar las tradiciones, pues en sus palabras el proceso de elaboración de estos dulces es casi un ritual culinario de las mujeres afro.

“Nuestras tradiciones son muy bellas y no podemos dejarlas perder. Debemos enseñarles los procesos de nuestra cultura a los jóvenes para que las preserven. La gastronomía es un arte con el que nacemos, no debe darnos pena”, dijo.

Con el proyecto de la Secretaría de Cultura Distrital, ‘Dulce al Río’ cerca de 10 mujeres le dan a conocer a los visitantes su variedad de sabores.

Jessika, habitante del barrio San Felipe, tiene 20 años haciendo dulces. Su hija le ayuda en labores sencillas como revolver o traer el azúcar. Para ella, guiar a su pequeña es la forma de sembrar una semilla y traspasarle saberes gastronómicos.

La invitación de Jessica y sus compañeras es degustar todas estas delicias frente al río.

El sabor de la tradición a domicilio

Kelvin Luna tiene claro que el éxito de sus dulces está en que comunican emociones a través del paladar. Este comunicador social decidió mezclar la tradición con una estrategia de comunicaciones. Su propuesta consiste en preparar productos ancestrales, divulgarlos a través de redes sociales y entregarlos a domicilio.

“La cocina es algo que se aprende socialmente. Aprendí de mi abuela y mis tías porque siempre estaba ayudándolas. Me puse a practicar hasta alcanzar la técnica”.

Kelvin se declara orgulloso de sus raíces afro. Dice que usar sus conocimientos profesionales para dar a conocer los saberes de su cultura es uno de sus más importantes aportes.

“No se trata de hacer dulces, es importante comunicar lo que somos. Con la tradición decidí llevar a cabo este emprendimiento.

Kelvin, de 24 años, hace sus entregas desde medio litro. Empezó haciendo dulces para sus amigos y ahora cuenta con una creciente clientela. En el barrio Los Andes una de sus clientes esperaba con ansias que llegara el pedido. El sonido del timbre fue para los habitantes del hogar una bienvenida a la felicidad.

Con información de: Keryl Brodmeier.