¿Qué Pasa?

Una tarde con los ajedrecistas barranquilleros que conquistaron el Éxito

Un día llegaron al almacén y nunca más se fueron. Hablamos con ellos.

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Eran las 5 de la tarde de un martes cuando caminaba por el sector de frutas del almacén Éxito, en uno de los nuevos centros comerciales de Barranquilla.

De las frutas pasé a las neveras y luego por la cafetería, un recorrido que, como yo, hacen miles de barranquilleros todos los días en ese lugar. Cualquiera diría que es un sitio anónimo y de paso, pero no lo es para todos.

Armando Arévalo llevaba ya tres horas de estar ahí y no tenía intenciones de irse. Para mi sorpresa, Armando se encontraba con un grupo de señores que doblaba (y hasta triplicaba) mi edad, y que veían con fervor cómo otros dos movían fichas blancas y negras sobre un tapiz de cuadros. Llevaban toda la tarde jugando ajedrez como si estuvieran en el patio de alguna de sus casas.

Él es un barranquillero aficionado a este deporte “de inteligencia”, el mismo que desde hace casi cuatro años disfruta jugar en esta misma cafetería.

Arnulfo Ruiz también lo disfruta y mientras Armando sigue observando una partida, Ruiz cuenta que juega desde 1964. A sus 76 años ocupa la mayor parte de su tiempo libre viendo jugar o jugando ajedrez. “Hemos hecho hasta torneos con trofeo y todo. Ahora lo hacemos recreacional”, cuenta.

Cerca de 15 personas suelen reunirse a diario a tomarse un café, un jugo o una avena, y a medirse en habilidad y agilidad mental en esta práctica. Siempre lo hacen a partir de las 2 de la tarde y hasta las nueve de la noche, pues esa es la hora en que “hay mayor espacio”.

“Cuando llegamos a las 2 hay menos gente. Pero hay momentos como en Navidad que está más lleno, aunque siempre nos sacan un espacio”, asegura Arévalo.

El éxito del ajedrez

En medio de las partidas, Álvaro Gutiérrez hace jugos y smoothies, por eso no tiene mucho tiempo para sentarse y en medio del agite mira de reojo a los jugadores. “Hacen que no se pierda la cultura”, dice; y ha llegado a encariñarse con los ajedrecistas que visitan el almacén al punto de querer sentarse a jugar una partida con ellos.

Para él y para los demás empleados del lugar “es una buena iniciativa”, por eso les hacen un campito cuando hay muchos clientes o los preguntan cuando no van. Cuentan que los “curiosos se acercan y juegan con ellos también”, como si fuera un pequeño club de retadores.

Un ambiente amigable y tranquilo

¿Por qué jugar en este espacio público y no en otros, como parques o tiendas de barrio? La respuesta es sencilla y la da José María Cabello. “Simplemente es un ambiente agradable, muy tranquilo”. Él se sumó al grupo a través de su esposa, que como yo, un día vio este movimiento deportivo en medio de las compras.

Así ocurrió también con otros como Ernesto Gutiérrez, quien llegó a comprar, los vio jugar, lo invitaron a participar y se quedó definitivamente. Hoy, ambos han logrado un mejor nivel en el juego.

No tarda mucho en acabarse una nueva partida y eso desata el mismo protocolo. Los que solo veían pasan a jugar, otros se paran de la silla y van a ver otro juego, unos más se acomodan para no perderse el primer movimiento y escogen la mejor ubicación. No hacen ruido, todos concentrados, en silencio.

El nuevo enfrentamiento puede ser de media o una hora, la duración del juego es libre pero los miércoles juegan a tres minutos, con reloj oficial y todo. En ambos casos es solo para pasar el rato, muchos de los jugadores son pensionados; sin embargo, no le dicen que no al que desee medirse. “Han venido mujeres, jóvenes y hasta niños”, dice Ernesto. “Así es, el único requisito es que se juegue con mucha tranquilidad”, completa José María.

Y bueno, yo sigo con mis compras, solo que esta vez me llevo en el carrito de mercado sus historias, las que de ahora en adelante dejarán de ser paisaje.