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El charrúa que se quedó a vivir en Barranquilla

Jorge Silveira palpita el partido del martes entre Colombia y Uruguay.

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A Jorge Eduardo Silveira Pereira le costó recorrer 7.926 kilómetros por tierra en 11 días desde su natal Montevideo hasta Barranquilla. Y le bastó solo un día en la capital del Atlántico para querer afincar raíces aquí.

Aunque el primer contacto visual le impresionó, pues no estaba acostumbrado a ver casas enrejadas en su país, supo adaptarse a la vida currambera por esa forma amigable de ser de los uruguayos y por las conversaciones obligadas sobre fútbol.La fecha de su arribo a Barranquilla la tiene tan clara como la de su cumpleaños: 18 de enero de 1991. Han pasado 25 años, y aunque hincha por Junior y le hace fuerzas a la Selección Colombia, cuando la tricolor enfrenta a los uruguayos inevitablemente su corazón se tiñe de azul celeste.

“Los partidos Uruguay vs. Colombia siempre son especiales para mí. Este es el país que me acogió, el de mi esposa, pero soy uruguayo y voy con mi Selección”, dice. Y en referencia al partido del próximo martes entre ambos seleccionados señala: “Siempre nos ha ido mal en Barranquilla, pero creo que esta vez la historia será distinta”.

Este excelente conversador de 59 años (el 30 de octubre cumple 60) asegura que su Selección sabrá mostrar la garra charrúa ante el calor del Metropolitano y su gente, la misma que los identifica y que prefiere por encima del ‘jogo bonito’.“Yo no concibo una Uruguay sin garra. Una Selección que no muerda pelota, no es Selección”, dice. Jorge sabe que el día del juego en su casa será él solo contra su esposa y sus hijos. Que habrá bromas y celebración,todo en el marco del amor que ha imperado en la familia que conformó con Inira De la Espriella.

“Yo soy de acá, mi hijo mayor, Eduardo Alberto, nació y vivió año y medio en Uruguay; mi hija menor, Mariabelén, nació en Barranquilla. Apoyan la Selección del papá cuando juegan con otra distinta a la nuestra, pero vamos con Colombia el martes”, afirma Indira, su mujer.

LA HISTORIA DE SU VIDA

Jorge Eduardo es hijo de Conrado Leoncio y Amelia. Casualmente por sus papás regresó un par de veces a Uruguay. La primera en 1994, recién casado con Indira, pues le habían dicho que su padre sufría de alzheimer y estaba muy mal. “Mi viejo ya había olvidado todo y solo se había aferrado a una cosa: a mí, a mi nombre

. Él decía que yo algún día tenía que volver a Uruguay. Lo hice y cuando me vio me dijo: ‘Jorge, volviste’. Al día siguiente ya no sabía quién era yo”, cuenta. De su padre hay un recuerdo y una pregunta que lo acompañará hasta el último día de su existencia.

Aquella estancia en Montevideo fue de tres años. En 1997 regresó a Barranquilla y un año después empezó un negocio de parrillada que llamó La Fiaca (flojera, hambre, en Uruguay y Argentina). Se hizo tan famoso su local de comidas, ubicado en la carrera 63 con calle 58, barrio Santa Ana, que la gente empezó a decir: “Vamos a comer donde el uruguayo”. La popularidad lo obligó a cambiar el nombre de su negocio.

“‘El Uruguayo’ es un sitio en el que la gente viene a comer, a deleitarse, pero también muchos vienen a hablar de fútbol, charlamos sobre Junior, Colombia, las Eliminatorias, Copa Libertadores, en fin”, dice Jorge.

La fama de los charrúas con los asados también ayudó a popularizar el sitio, tanto así que pese a tener varios empleados, el único encargado de asar es él.

Pero antes de tener ese próspero negocio, Jorge tuvo que pasar un montón de vicisitudes en la ciudad.

Otra anécdota que cuenta es la del primer Carnaval que vivió. En Montevideo también hay carnavales, pero muy distintos. Jorge, creyendo lo contrario, se vistió de blanco de pies a cabeza y fue a la Batalla de Flores. Un ‘negrito’ le pidió plata a cambio de no embarrarlo, se negó, lo ensuciaron y se formó una pelea de padre y señor nuestro.

“Ya está, después aprendí y no volvió pasar. Ya soy un barranquillero más”, dice. En Uruguay, se graduó como analista de sistemas y trabajaba en el Banco Do Brasil, manejando las cuentas de los diplomáticos. Laboraba seis horas y media al día de lunes a sábado y ganaba muy bien. “Hasta que me aburrí. Decidí viajar de paseo a Brasil por 30 días, a Florianópolis. Conocí a una chica en el bus, me hizo ir hasta Río de Janeiro y una vez allí me dejó solo. Eso fue en el 84 y de ahí no paré de viajar. Viví dos años y medio en Brasil, uno en Argentina, uno en Chile, en Perú, Ecuador, Paraguay y Bolivia. De Sudamérica solo me falta conocer Venezuela”.

Su llegada a Barranquilla fue fortuita. Un amigo suyo, que se había casado con una barranquillera cuando vino como instructor del Sena y se la llevó a Montevideo, se regresó a vivir a la Arenosa y él lo acompañó en el viaje por tierra.

UN PÁLPITO DE TRIUNFO

La segunda vez que Jorge volvió a Uruguay ocurrió en 2010, por su madre. Estaba enferma y quería estar con ella sus últimos días de vida. Desde entonces no ha regresado, aunque mantiene contacto con su hermano Hugo, con quien ha hablado de las cuentas que hacen en su país.

En esta doble fecha de Eliminatorias allá en mi país están contando con 4 puntos, los 3 del triunfo ante Venezuela y un empate acá en Barranquilla. Aunque tengo un pálpito de que vamos a ganarle a Colombia”, insiste. Lo dice por la mística que tiene su seleccionado y porque, cuenta, cuando las cosas se ponen bravas sale a flote la garra y la historia.

“En el colegio, aunque no es una materia oficial, desde chico los profesores nos enseñan que Uruguay fue el primer campeón del mundo, el primer campeón olímpico, el primer campeón de la Libertadores. Eso pesa”. Económicamente —asegura— le conviene que su Selección pierda, porque el negocio se llena “de gente que viene a mamarme gallo y de paso come, ¡vendo todo! Pero, te repito, creo que vamos a ganar”, dice mientras vuelve a la parrilla, en la que espera saborear el triunfo.