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Un grito reprimido durante siete años

Llanto, sonrisas y locura en los festejos rojiblancos en el Atanasio Girardot.

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Fueron inevitables las lágrimas. Imposible no sonreír. ¿Cómo no festejar? Junior consiguió por fin la tan anhelada octava estrella y convirtió el gramado del estadio Atanasio Girardot en un Carnaval.

Mientras los hinchas del Deportivo Independiente Medellín se lamentaban y masticaban la amargura de ver al rival celebrando en su casa, Luis Narváez saltaba en un solo pie. Teófilo Gutiérrez y Jarlan Barrera se abrazaban. Víctor Cantillo gritaba a los cuatro vientos. Gabriel Fuentes cargaba sorpresivamente a Julio Comesaña. James Sánchez lloraba y saludaba a los aficionados rojiblancos que se acomodaron en la tribuna de oriental.

“Esto es producto de la perseverancia, luchamos mucho por esto”, decía James Sánchez.

“Te lo mereces marica, te lo mereces”, le dijo el volante barranquillero a un Comesaña bañado en llanto. El uruguayo fue un río de lágrimas durante toda la celebración.

Todos estrechaban la mano, todos se entrelazaban emocionados y desahogando por fin ese grito que se había reprimido durante siete años tras el último, conquistado en 2011.

Por eso Narváez parecía un niñito corriendo por todos lados, bailando, gozando y sacándose la frustración por las tres anteriores finales de Liga en las que tuvo que conformarse con el subcampeonato.

“¡Esto es para toda la gente de Barranquilla que la estaba esperando hace rato!”, declaró Narváez.

“Perdonen que sea así de sufrido, pero sí no es sufrido, no es Junior, esto es para todos los junioristas, los llevo a todos en el corazón”, dijo Jarlan entre lágrimas y despidiéndose de la afición.

Los integrantes del equipo saltaron con los hinchas ubicados en oriental, todos lloraron, todos se abrazaron con sus familiares. La fanaticada caribeña que se instaló en occidental se vio en la necesidad de dejar la tribuna e invadir el campo por las agresiones verbales y físicas de algunos paisas. Hubo escupitajos y se lanzaron botellas y palos.

“Lo merecíamos, siempre tiramos para el mismo lado”, dijo Luis Diaz.

Cuando ya la marea roja bajaba en las tribunas y los coros de la hinchada tiburona se sentían con más fuerza, empezaron a hacer la fila para recibir las medallas y el trofeo de la Liga. Ya con la camiseta blanca que decía campeón puesta, cada uno de los jugadores subió y la tarima y al unísono comenzaron a corear: “Miren, miren qué locura, miren, miren qué pasión, este es el glorioso Junior que llegó a ‘Medallo’ y salió campeón”, cantaban los Tiburones.

Afuera el Escuadrón Móvil Antidisturbios de la Policía, Esmad, lanzaba gases lacrimógenos y se enfrentaba a un numeroso grupo de revoltosos del DIM. Adentro todo era felicidad para el campeón.

Luego de que Sebastián Viera, como capitán, levantara el trofeo y comenzaran a brincar, siguieron los abrazos rompecostillas, las carcajadas, la emoción, la fiesta. Entrevistas aquí y allá. Todos hablaban.

Del Atanasio Girardot partieron en un bus. Los vallenatos de Diomedes Díaz se escucharon en el automotor que llevó a los rojiblancos hasta el aeropuerto donde esperaban dos aeronaves de mediano tamaño para trasladarlos hasta Barranquilla donde siguió el Carnaval juniorista y ese grito que se reprimió durante siete años.