¿Qué Pasa?

El drama de los venezolanos en la avenida Simón Bolívar de Valledupar

Niños llevan la peor parte: duermen a la intemperie.

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Liliana Piña tiene ocho hijos y a todos los debe acostar sobre la misma vieja y desgastada colchoneta que tiende noche a noche sobre un andén en la avenida Simón Bolívar, al sur de Valledupar. Su tristeza es tan grande como la necesidad que la llevó a abandonar su natal Venezuela y tratar de encontrar mejor suerte en un país al que llama “hermano”.

Sus pequeños son como un ejército que le atienden cada orden, pero se le sale de sus manos que los pequeños le tiendan la mano a todo aquel que pase por la acera, para que le regale una moneda o un pedazo de lo que vaya comiendo.

“Cuando llega la noche ponemos las colchonetas ahí para dormir y la gente nos trae colaboración para comer”, contó Liliana, mientras tomaba de la mano a uno de sus hijos, a quien no considera como el más rebelde, sino “el más activo” y a quien pone más atención para que no se lance a la calzada que tiene a menos de un metro y sea víctima de algún accidente.

A ella y sus niños, así como a las otras 25 familias que duermen sobre la misma cuadra de la ciudad y que tienen hijos que no superan los 10 años, no las despiertan los rayos del sol, sino la secuela del hambre.

“Desde temprano nos toca salir a buscar qué hacer para comer”, contó la mujer mientras le echa mano a su opaco cabello, del que recordó lucía con belleza en su estado Zulia. Cuando la suerte les acompaña tienen en sus manos dinero para pagar el servicio de baños en los establecimientos comerciales cercanos, pero cuando el dinero es escaso la opción es acudir a lotes baldíos a hacer sus necesidades y esperar hasta un nuevo recaudo monetario para bañarse.

Eduardo Alvarado viene desde San Francisco, también en Venezuela, lleva cuatro meses en la ciudad y no hay hora, desde entonces que no lamente lo que ocurre en su patria. “Dormir en la calle no es bonito, porque los muchachos se enferman y aquí hay cerca de 30 niños”, apuntó.

Ante esta situación, la bondad de la ciudadanía aparece. Sin ser una política de Estado, hay policías que llegan hasta este albergue improvisado y aportan alimentos, lo que se suma a otras personas naturales que donan ropa y abrigos. El trabajo también es un ‘salvavidas’ que aparece por parte de los comerciantes del sector.

Elvis José Morán señala que en ocasiones lava carros en el sector u ofrece sus servicios como pintor de brocha gorda, lo que le sirve para dar de comer a sus hijos. “En Venezuela vale 30 millones de bolívares un kilo de arroz, 120 el de carne, la harina 55 y no hay trabajo, pero quienes trabajan solo ganan el sueldo mínimo, que no alcanza sino para comprar un kilo de carne, uno de arroz y una harina”, indica.

CON BIENESTAR FAMILIAR

Según el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, ICBF, en el Cesar van 2.043 niños venezolanos vinculados a temas de atención a la primera infancia, a cálculos de noviembre del año en curso. En Valledupar la intervención se ha hecho sobre 558 pequeños y se siguen atendiendo en todas las modalidades: CDI, hogar comunitario de bienestar, tanto Fami como tradicional.

Sin embargo, hay investigaciones a padres reincidentes por tener los menores en las calles, a pesar de recibir atención con anterioridad. De igual manera se indaga si a los niños los toman como una especie de ‘carnada’ para la mendicidad.

Elizabet Castellar, directora de regional del ICBF, mencionó de manera reciente en su rendición de cuentas, que Valledupar está registrando un problema migratorio similar al de las ciudades fronterizas. Se han conocido casos, incluso, de familias venezolanas con niños en mano, que se trasladan desde La Guajira a Valledupar, concretamente desde municipios tales como Fonseca y San Juan, para mendigar durante el día y devolverse en las noches.

MIGRACIÓN YUKPA

Indígenas de la etnia Yukpa, de nacionalidad venezolana, están llegando hasta Valledupar sin siquiera saber una palabra de español. El grupo, que supera las 50 personas, incluyendo niños, está apostado a las afueras de la Terminal de Transportes de la ciudad.

Ese grupo, de manera permanente, tiene confrontaciones con los venezolanos no indígenas que están sobre la misma zona, por la recepción de las ayudas de la comunidad. José Ángel Medina viene de Caracas y dice que los no indígenas son 20 familias que esperan apoyo con la reubicación en un albergue.

“Somos víctimas de la inseguridad, porque en las noches nos roban lo poquito que tenemos y a las mujeres las manosean en sus partes íntimas”, narró. Durante el día deben buscar leña para cocinar y recurrir a la caridad de las personas del sector para recolectar agua, como lo apunta Carolina Márquez, quien agrega que son más las presiones que reciben del gobierno local para abandonar la zona.

“La ropa la lavamos en un termo y la ponemos a secar en el jardín de la Terminal, porque no tenemos más lugar para hacerlo”, señaló la mujer.

Con información de: Jorge Laporte Restrepo.

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