¿Qué Pasa?

Yuliana y el arquitecto, por Javier Darío Restrepo

“A Yuliana la buscó el asesino en su barrio humilde, tal vez por el hecho de ser una niña pobre le garantizaba cierta impunidad”.

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Ustedes los vieron en los titulares y en la televisión: gritaban, protestaban, se indignaron por el crimen contra la pequeña Yuliana, de siete años. Detrás de esa rabia y de esas protestas que llegaron hasta una tentativa de linchamiento, había muchas preguntas.

¿Por qué a los niños? En cualquiera civilización, aún la más atrasada, el niño tiene algo de sagrado. Pero en las últimas semanas los atentados contra los niños se han multiplicado. ¿Por qué?

Porque son débiles, inermes, desprotegidos. ¿Vieron esa escena de una mujer que se apodera de un niño, se trepa en una moto y huye con su botín? Todo ocurrió a la vista de la gente sin que nadie reaccionara; quizás porque nadie cree que eso sea posible: el robo de un niño. Pero, hay que insistir: ¿Por qué los niños? ¿Por qué a los niños humildes?

A Yuliana la buscó el asesino en su barrio humilde, tal vez por el hecho de ser una niña pobre le garantizaba cierta impunidad; al fin y al cabo para muchos los pobres son material desechable. Es un punto de vista vil, pero hay que tenerlo en cuenta porque la nuestra es una cultura de la exclusión y de la discriminación. ¿Operó esta tara cultural en este crimen?

Cuando apareció la foto de la captura del asesino hubo una cierta reacción de incredulidad y los medios de comunicación trataron de rodear ese nombre con velos protectores. ¿Cómo? Un arquitecto, procedente de una familia presuntamente respetable. Ese asombro no se habría dado si el asesino y violador hubiera sido un habitante de la calle o un drogadicto cualquiera. ¿Por qué?

El hecho les movió el piso a muchos lugares comunes: creer que esta clase de delitos solo ocurre en los más bajos niveles de la población es una idea que parte de presupuestos como que la vida universitaria, el contacto con la ciencia y con gente de altos niveles logra erradicar lo instintivo y basto de la condición humana. Angelical idea que desaparece frente a la realidad de un arquitecto que ha permanecido bestia a pesar de su paso por la experiencia, supuestamente humanizadora de la universidad.

Otro supuesto que se derrumba: la influencia humanizadora del hogar. Los dos flamantes apellidos del asesino, por ley de contraste, ponen en evidencia el fracaso educativo del hogar.

El fracaso se explica quizás porque hay una presión más fuerte. ¿Qué papel juega, por ejemplo, esa obsesión enfermiza por el sexo que se respira en los medios de comunicación, en la publicidad y en la vida social?

En el campo de las hipótesis que estamos planteando caben atrocidades como esta: ¿Para este criminal de cuello blanco esta niña pudo ser mirada como una persona desechable? El mismo asesino no se daba cuenta de esa actitud inducida por una cultura que clasifica y excluye a las personas por sus apellidos, por sus posesiones, por sus títulos o por su cercanía al poder. Es atroz e indigno, pero es una realidad posible.

Todo lo dicho podría explicar algo injustificable en personas que viven solo para sí y que tienen como grandes motivaciones de su vida el dinero y el sexo. Los esfuerzos de la familia del asesino por desviar las investigaciones, por alterar las pruebas o para hacerlo aparecer como un enfermo mental, con internación en una clínica, contrastan con la exigencia de justicia de gentes solidarias. En ellos es posible ver lo que queda de esperanza y de dignidad después de hechos tan atroces como el secuestro, la violación y el asesinato de la pequeña Yuliana.