Historias

Rezanderos, sin dolientes por culpa de la covid-19

El gremio que trabaja en las afueras de los cementerios pide a las autoridades que quiten las restricciones para el acceso a los campos santos.

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Desde tiempos inmemoriales, en los cementerios de Barranquilla se han divisado a personas encargadas de un peculiar oficio: llorar a los muertos y rezar por su eterno descanso. La creciente pérdida de creencias religiosas se ha sumado a la soledad que ahora reina en los cementerios como amenazas a una tradición que se resiste a desaparecer.

Fueron seis los rezanderos que abandonaron su estancia en la plazoleta del cementerio Calancala de Barranquilla cuando comenzaron a registrarse los primeros casos del virus en la ciudad, debido a que por su avanzada edad estaban más expuestos; sin embargo, Alexsys Coronel, uno de los más jóvenes permaneció hasta que fue obligatorio el aislamiento.

Una vez le dieron ‘luz verde’ a la movilidad, Coronel volvió a salir con la esperanza de volver a rezarle a los difuntos, como estaba acostumbrado a hacerlo, pero la realidad fue otra; pese a que en Barranquilla se hablaba de reactivación económica, para él y demás compañeros era frustrante porque no podían entrar al cementerio a hacer sus labores.

Alexsys quien se encuentra vendiendo flores y reza de manera virtual o en la puerta, porque está prohibido entrar, asegura que para ellos esta situación “les ha tocado horrible”.

“Yo tengo 22 años de tener una clientela que me busca para rezar y por motivo de la pandemia hay muchas restricciones en que no se puede entrar para rezar ni hacer misa, yo no encuentro la razón ni encuentro una que explique por qué no se puede entrar a rezar a los difuntos, aquí no hay esperanza de anda”, lamentó.

Explicó que hace un año y seis meses entraban al cementerio entre las 8:00 y las 11:30 de la mañana, en ese transcurso de tiempo podían realizarse entre dos y tres sepelios.

La forma en que llegaban a rezar era preguntando si el difunto era católico o de otra religión, en caso de ser católico, hacían la oración de despedida y al final se acercaban a las personas para que les dieran “cualquier moneda”.

“Nosotros no recogíamos un dinero exacto porque a veces rezábamos y no nos daban nada, eso no es obligación de que nos dieran, entrabábamos al entierro a ver si alguien se mete en la mano en el bolsillo, es algo de suerte”, dijo.

Entre las labores, ser rezandero de un cementerio, es una de las más extrañas y que con el pasar del tiempo se ha perdido. Estas personas, que son poco conocidas entre las nuevas generaciones, aseguran que para hacerlo hay que tener personalidad, debido a que no todos van a entrar a un cementerio a orar por un desconocido, exponerse a la burla, sol y lluvia.

“Yo he aguantado hambre, aguaceros, me he ido a pie a mi casa porque no he ganado nada y aquí estoy porque es lo que he hecho toda mi vida”, dijo.

La restricción de ingreso en los cementerios de Barranquilla, no solo coloca en aprietos a los familiares de los difuntos que llegan a visitar sin saber, sino también a los vendedores de flores, tinto y demás comercio alrededor de estos campos santos por la falta de personas.

“La humanidad quiere más al muerto que al vivo porque al vivo no le colaboran en nada, en cambio, cuando uno se muere quieren llevarle las mejores flores, mariachis, las mejores cosas, en vida no llevan ni un juguito a la casa”, finalizó el rezandero.

Jaime Díaz Acosta, un anciano de 74 años, no dudó en decir que a él no le dio covid sino a su carricoche, el cual tuvo que guardar por más de un año porque nadie podía salir, lo que afectó la economía de su familia, porque es quien lleva el sustento.

“Le doy gracias a Dios que ahora, así sea con visitas por citas, he podido vender alguito. Nosotros nos rebuscamos para comer, duramos 15 meses sin ganarnos un peso, a mi no me dio la pandemia, pero le dio a mi carricoche”, dijo el hombre mientras organizaba sus flores artificiales.

Con un poco de molestia, Jaime se preguntó por qué no han autorizado el ingreso al cementerio si es un lugar grande y a cielo abierto, con condiciones con las que están trabajando otros sectores como el de la gastronomía.

“Cuando esto estaba normalizado había como 30 vendedores entre flores, tinto y comida que trabajaban honestamente”, dijo el hombre quien indicó que hoy solo se ven entre cinco y seis vendedores de flores y uno de tinto.

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