¿Qué Pasa?

En video | Por primera vez, ‘Juancho Dique’ pide perdón a víctimas de El Salado

EL HERALDO y la Comisión de la Verdad propiciaron el inimaginable encuentro de dos mujeres víctimas de violencia sexual en la masacre de El Salado y un exparamilitar que participó en ella.

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Video: Alfredo Ariza

“Venga, siéntese aquí”, le dijo Yirley Velasco Garrido a Uber Enrique Banquez Martínez, dando tres palmaditas a la silla que tenía a su lado. Lo había mirado a los ojos cuando le estrechó la mano, pero mientras él se sentaba, ella volteó el rostro para ver a Carmen Edith Fontalvo Vides, su “compañera de lucha y dolor”.

Vea el especial completo en: masacre de El Salado

Las presentaciones no eran necesarias, pero se hicieron por protocolo. Uber, conocido por Yirley, Carmen y al menos otras 565 víctimas como ‘Juancho Dique’, es un exmiembro del grupo paramilitar Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), en cuyo sanguinario prontuario criminal se encuentra el haber sido de uno de los “actores responsables” de la peor masacre de la historia del Caribe colombiano: la de El Salado (Carmen de Bolívar, Bolívar) en la que fueron asesinadas 60 personas, entre el 16 y el 21 de febrero del 2000.

– ¿Ya no se dice victimario?, ¿ahora cómo es? –preguntó Uber.

–Responsable, actor responsable –respondió Julia Cogollo, la psicóloga de la Comisión de la Verdad encargada de la presentación–. Es para humanizar la relación –explicó antes de continuar.

Yirley es una salaera de 34 años que durante aquellos seis días de terror en el pueblo fue violada por varios paramilitares que estaban bajo el mando de, entre otros, ‘Juancho Dique’, quien ahora estaba sentado a su lado.

Al otro lado de la pequeña mesa redonda, Carmen los miraba fijamente mientras se comía un chocolate para tranquilizarse. Minutos antes le había dicho a Yirley que a sus 36 años no se sentía tan preparada para estar en la misma sala que uno de los hombres que lideraba a los paramilitares que, un año después de la matanza, ultrajaron y mancillaron su cuerpo en el Carmen de Bolívar.

Pero allí estaban todos sentados, por primera vez luego de 20 años, en la misma mesa, sin poder sostenerse la mirada y tratando de hacer más ligera la carga que llevaban desde que ocurrió la tragedia. A punta de diálogo y perdón buscaban, cada uno a su manera, ser libres.

“Queremos hacer un acto de reconocimiento y disculpas públicas por parte de Uber Banquez Martínez, quien en el pasado tenía el alias de Juancho Dique y era comandante del frente Héroes de los Montes de María de las AUC –introdujo Arturo Zea Solano, coordinador Caribe de la Comisión de la Verdad–. Él ha venido desde hace 10 años haciendo la labor de reconocimiento de los graves crímenes que cometió y hoy lo hará ante Yirley Velasco, quien fue víctima de la masacre de El Salado, y Carmen Fontalvo, también víctima de violencia sexual por parte de los paramilitares”.

‘Un ritual sanador’

Eran las 3:16 de la tarde y la cálida brisa cartagenera no alcanzaba a entrar por los ventanales del claustro de San Pedro Claver. El salón resultaba demasiado amplio para las escasas 10 personas que estaban allí, pero sobre todo para los tres protagonistas del encuentro, pues el resto era prácticamente un adorno.

Con la intención de romper la tensión, Julia sacó una pequeña botella de aceite relajante y la puso sobre la mesa, justo al lado del vaso en el que Carmen guardaba las envolturas de los chocolates que se comía. En la mesa también estaban unas uvas, “por si acaso alguno se enfurece mucho, un objeto redondo en la boca ayuda a tranquilizar”.

A lado y lado de la tabla estaban dos velas apagadas. Ante la instrucción de la psicóloga, Yirley se levantó y tomó la caja de fósforos para disponerse a encender la vela que Uber ahora tenía entre sus manos. Juntos la encendieron mientras Carmen, en una esquina, con la mirada perdida y apretando sus manos, esperaba su turno de encender la luz que representaba su voluntad “de iniciar un proceso de reconciliación y perdón”.

“Ahora voy a hacer un pequeño ejercicio –dijo Julia desenroscando la tapa de la botella– y por eso le voy a entregar un poquito de aceite a cada uno en la mano. Vamos a frotarlo, fuerte, que se sienta la energía”.

El aceite se calentó rápido en sus manos y el agradable olor de las hierbas brasileras opacó la ansiedad de Yirley y Carmen. No mucho, solo lo suficiente como para que esbozaran su primera sonrisa desde que Uber se sentó en la mesa, eso sí, sin dejar de fruncir el ceño. Entonces, la mano de cada uno sobre el otro causó que todos los presentes contuvieran un poco la respiración.

“Que sea esta energía sanadora la que nos acompañe en este ejercicio y que en este diálogo humanizador de Yirley y Carmen llegue tanto al corazón de Uber para que nunca más en su vida piense volver al conflicto. Que no se vuelva a repetir”, determinó Julia antes de darle la palabra a Yirley.

“Mi cuerpo dice la verdad”

Mirándolo a los ojos, Yirley se dirigió por primera vez a Uber. Más bien, a ‘Juancho’.

“Yo pedí que se sentara al lado mío –le dijo–. Usted no se imagina lo que tengo atragantado en mi garganta –continuó–. Yo soy una persona que cree en Dios y creo en el perdón, por eso estoy sentada al lado suyo. Fui víctima de violencia sexual en la masacre de El Salado hace 20 años”.

Uber Banquez solo asentía. La miraba un poco, pero también bajaba el mentón y veía su reflejo en el pequeño espejo redondo que tenía en frente, sobre la mesa, que le acababan de regalar. “Mi cuerpo dice la verdad”, decía el espejo que nació del grito de vida de las mujeres que durante aquella infame masacre fueron violentadas sexualmente.

Para ella, el momento significaba tanto, no solo porque hubiera un aparente intención de pedir perdón y de arrepentimiento, sino porque, de hacerlo, alias Juancho Dique –en representación de los autores de tal barbarie– estaría reconociendo una verdad que había sido negada y ocultada para la humillación y la injusticia de las víctimas: la violencia sexual contra mujeres de El Salado durante la masacre del 2000. Es por eso que, sin que Uber pronunciara palabra alguna, Yirley ya empezaba a sentir cómo sus pulmones se llenaban de un aire llamado libertad.

“Le voy a ser muy sincera. Yo siempre dije: creo en el perdón y perdono a mis victimarios, aunque nunca me han pedido perdón y ya no me importa. Hasta ayer lo decía así, pero hoy eso cambió. No sé si usted me va a pedir perdón de corazón, pero yo, con mi corazón de mujer, madre, hermana y de hija, lo perdono. A usted, a las personas que me hicieron tanto daño, que acabaron con mi dignidad, a cada uno, los perdono”, dijo Yirley con el mentón en alto, por encima de todas las veces que la llamaron “víctima” y sobrepasando ese límite que marca el inicio de la paz.

Las valientes palabras de ella hicieron que cualquier altivez que pudiera tener el hombre que estaba a su derecha se redujera. Uber, sentado y con las manos cruzadas entre las piernas, ahora meditaba en la voz de Yirley, mirando una vez más hacia el espejo. Entonces, levantó la vista y se encontró con los ojos de la guerrera.

“Yirley, decía Nelson Mandela que “la paz se pide mirándose a los ojos”, no como las decisiones que han salido de los estrados judiciales para pedir un perdón que ni siquiera sale de Bogotá. Reconozco todo el daño que causé en el conflicto. La verdad respeto tu valentía y me siento muy agradecido”, respondió.

“Quiero llegar al corregimiento de El Salado –confesó el hombre que 20 años atrás arribó al pueblo de Yirley en un camión y con un fusil al hombro–. Arrodillarme en aquella cancha donde yo mismo cometí esos crímenes contra campesinos inocentes, allá donde dañé el tejido social. Asimismo, también debo aceptar los hechos de violencia de género en El Salado. Pero aquí el que debe aceptar su perdón soy yo, ¿no? Quiero que me reciban el perdón con un fuerte abrazo, sé que no es fácil”.

“¿Un abrazo?”, pareció preguntarle Yirley con los ojos bien abiertos, la boca apretada y las cejas levantadas, mientras él dejaba el asiento que ella le había señalado minutos antes para acercársele. Pero no hubo tiempo para dudar, aunque sin decirlo Yirley había pedido la aprobación de Carmen, cuando quiso reaccionar ya Uber estaba de pie con los brazos abiertos. Entonces, temerosa y con movimientos muy cuidados, Yirley le dio el abrazo del perdón.

El fin del “monstruo”

Carmen estaba perpleja. “Todo lo que yo diga no es excusa para el daño que le causé a toda la población y a ustedes”, dijo Uber mientras Yirley lloraba. Carmen temblaba, pero no dejaba de mirarlos, ni aún porque las lágrimas le hacían verlos algo borroso.

“Solamente le voy a decir dos cositas –dijo Carmen apretando el dedo índice y el pulgar frente a su cara–. Yo realmente me lo imaginaba de otra forma, veía un monstruo, pero ahora viéndolo reflejar esa humanidad veo otra cosa”.

La honestidad de la sobreviviente de los abusos del paramilitarismo en Montes de María causó que el antiguo Juancho Dique se estremeciera. O al menos eso dijo señalando los bellos de sus brazos que se habían erizados. Por eso, Uber Banquez, el ‘expara’, le pidió que llevara ese mismo mensaje a los habitantes de El Salado y que le permitiera llegar directamente a la comunidad para pedirles perdón.

Carmen solo asentía, pero en su corazón había algo más.

“A raíz de lo sucedido yo quedé impedida para tener familia. Aunque era mi sueño, yo pensaba ¿para qué voy a traer un niño a sufrir esta guerra en Colombia?, me preguntaba a pesar de que ya sabía que estaba físicamente impedida para concebir. Entonces, yo ahora veo algo diferente en usted, ¿será que sí es eso que nos está diciendo y mostrando aquí? ¿Sí acabo esa guerra?”, le cuestionó.

Uber le respondió diciendo que él también estaba siendo valiente. Que arreglar su “maletica” e ir a San Onofre (Sucre) y otras comunidades en las que había ejercido la violencia paramilitarista no era fácil, pues sabía el daño que había causado, pero aunque la violencia se sigue viviendo en algunos lugares, él hoy está intentando ser un hombre diferente, pues “no es cualquiera el que se dispone a estudiar”.

¿Qué pasó en El Salado?

Julia Cogollo, la psicóloga de la Comisión de la Verdad que había acompañado todo el encuentro y había estado preparando a Yirley y Carmen para ello, consideró que la conversación no podía cerrar sin que ambas mujeres recibieran así fuese un ápice de la verdad que su comunidad ha venido pidiendo desde hace 20 años. Por eso le preguntó a Uber Banquez qué había pasado en El Salado y por qué había llegado tan lejos.

“Yo mismo me pregunto ¿qué pasó en El Salado? Eso fue algo catastrófico, parecía que íbamos a acabar con toda la población cuando las cosas se salieron de control. Yo era un mando medio, eran 400 hombres y los comandantes reales están muertos, los que estamos dando la cara somos poquiticos. Yo en 2008 fui a decir qué fue lo que pasó y mi relato coincide con el de las víctimas, pero decir quién fue el que comandó todo en el momento que estalló, estaría mintiendo”, confesó Uber Banquez asegurando que tiene claro que el proceso aún está en los estrados judiciales.

Asimismo, dijo que la orden había sido de arriba y que no tenía claro si Salvatore Mancuso había explicado algo de eso, porque “el señor ‘Jorge 40’ al parecer no aceptó los hechos”.

“Pero yo acepto que estaba ahí en la parte militar y acepto el daño que causé. Nunca he negado que nos dejamos llevar por guías de la Fuerza Pública y ahora toda esa gente está libre, pero hay temas delicados que se explican en Justicia y Paz y lastimosamente a veces las víctimas no tienen acceso a eso”, concluyó Uber ante la asertiva mirada de Yirley y Carmen.

El encuentro cerró cuando Carmen aceptó recibir el abrazo que Uber pidió estrecharle en muestra de su deseo de recibir el perdón de ella y de los demás montemarianos que resultaron victimizados a raíz de la masacre.

Hasta ese momento, El Salado nunca había tenido la más mínima oportunidad de escuchar de uno de los responsables de su dolor la palabra “perdón”. De hecho, la masacre fue negada por los paramilitares hasta que, años más tarde y poco a poco, la verdad fue saliendo a la luz. El encuentro, propiciado por EL HERALDO, significó la legitimación del sufrimiento de hombres, mujeres y niños que cayeron en manos de la violencia y que hoy, así como lo hicieron Yirley, Carmen y Uber, buscan poder levantar las manos y decir “estamos en paz”.

Un espacio de verdad

El encuentro entre víctimas y responsables, tras 20 años de la masacre de El Salado, fue propiciado por EL HERALDO en coordinación con la seccional Caribe de la Comisión de la Verdad y se llevó a cabo en la ciudad de Cartagena, no solo por ser la capital del departamento de Bolívar, sino porque representaba un punto medio entre el Carmen de Bolívar, donde viven Yirley y Carmen; y la ciudad de Valledupar (Cesar) donde reside Uber. Ocurrió el jueves 13 de febrero.